viernes, 25 de mayo de 2007

Robregordo 07/ Mick Andrews, el mejor piloto de trial de la historia

Robregordo 07/Mick Andrews

"El mejor piloto de trial de la historia"

21 de mayo de 2007

Supongo que no es fácil de entender por qué mezclo Robregordo y Mick en el título de esta humilde crónica, pero hay veces que, como dicen las canciones de la cabra mecánica, cuando menos te lo esperas, va la vida y te sorprende.

Te sorprende porque ni siquiera en las mas optimistas de tus previsiones esperas pasarlo tan bien. Porque, a pesar de confiar plenamente en la gente que te rodea, en tus amigos, a quienes has ido eligiendo cuidadosamente y a quienes crees conocer totalmente, a veces incluso ellos superan todas tus expectativas.

Decía mi querido Julián de Cabo en su blog esa tremenda frase de “haz trial para aprender a vivir.

Y estoy totalmente de acuerdo con él. El trial ha supuesto un impactante cambio en mi vida desde que empecé, pero aun mayor desde que volví hace casi cuatro años. Supongo que la gran diferencia entre la primera vez y la segunda es que en esta ocasión ya no he llegado de forma casual, esta vez fue una elección propia, con todo lo que ello conlleva.

Al mismo tiempo, soy de los que piensan que la vida son detalles, rituales, eso es lo que hace que las cosas tengan valor. No es lo mismo beber un buen vino en un vaso de plástico que en una copa de cristal. Es posible que el vino sea el mismo, pero no es lo mismo. Y este Robregordo (espectacular en si, probablemente el mejor trial de clásicas, “nuestras clásicas”, del mundo) no hubiera sido igual para mí sin mis amigos y sobre todo, sin la sombra de Mick (y de Jill, por supuesto) por ahí cerca. Bien lo sabe Toño, que ha cuidado cada instante del cursillo para hacerlo memorable para todos nosotros. Y bien lo sabe Víctor Menéndez, que ha conseguido que me sienta tan unido a mi máquina como nunca lo estuve con ninguna otra. A los dos, un diez, Amigos míos.

En cuanto a Mick, todo lo que diga es poco: Impresionante. Yo deseo algún día tener algo, aunque solo sea un poco, de su espíritu, su entusiasmo, su amabilidad, sus ganas, su ilusión. Siempre fui un seguidor de su historia, tengo en casa decenas de artículos de prensa sobre él, entrevistas aparecidas en la prensa especializada española y extranjera en los años 70 y 80 (tantas cosas que incluso me dio un poco de vergüenza enseñárselos para no quedar como un “gruppie” enfebrecido) y me limité a llevarle el libro que escribió hace casi 30 años para que me lo firmase... Es un piloto excepcional. El único que supo permanecer en la élite más de 20 años, cambiando, evolucionando, tanto técnicamente como en su mentalidad. Y que después de abandonar la alta competición, siguió en activo, cuidándose, enseñando y compartiendo todo lo aprendido y acumulado durante toda una vida pasada en la cresta de la ola. Pero sobre todo, disfrutando de la competición. A otro nivel, amateur, por supuesto, pero deleitándose en la adrenalina, en la búsqueda de la concentración, de la propia superación al entrar en una zona. Y además, es una persona excepcional, yo solo quería su firma en una foto, y sin embargo, la dedicatoria del libro seguirá emocionándome el resto de mi vida cada vez que la lea.

Mas allá de todo lo anterior, cuanto hayas podido leer o te hayan contado se queda corto cuando le(s) conoces. Lo pongo en plural porque Mick y Jill son una extensión de la misma forma de ver la vida. Es impresionante verles disfrutar de cada momento, de cada pequeño homenaje, de cada instante. Es impresionante ver a Mick asediado por todos, todos reclamando su atención, sus consejos, y él repartiendo sabiduría, con una sonrisa permanente y una palabra adecuada para cada uno.

Y siempre sin prisa. Sin prisa por arrancar, sin prisa por llegar a ningún sitio y al mismo tiempo demostrando que no por eso se llega tarde. A la velocidad adecuada, tomándose su tiempo para cargar el coche y arrancar camino de sus vacaciones bajo el sol de Almería, pero apurando antes los últimos momentos de charla (casi intimista) sobre lo humano y lo divino en el caseto del motoclub después del cursillo. A la velocidad apropiada, decidiendo sentarse en una piedra el segundo día de Robregordo simplemente para dejar que se disolviese un poco la cola (ya había estado observándola mucho rato, se sentó fuera de la visión de la zona, junto a la James, solo a esperar) y sobre todo a dejar que la gente rodase la trazada llena de barro para pasar tras ellos y marcar un cero increíble, como siempre. Y, curiosamente, para a partir de ahí realizar el trial prácticamente el último (pero dentro del tiempo), sin colas, sin presión.

Una vez más sin parar, pero al mismo tiempo sin prisa, a la velocidad exacta en cada instante. Esa es, aparte de la ilusión y el entusiasmo a la hora de afrontar cada día de esta vida, la otra gran lección que he aprendido de Mick: Analizar y elegir el ritmo, el “tempo”, adecuado en cada momento. Es una de las claves para poder obtener buenos resultados en el trial, pero mucho mas importante que eso, es la forma de disfrutar de todos y cada uno de los maravillosos y memorables instantes con que nuestra existencia nos obsequia habitualmente. Y como bien dice Julián, esta enseñanza no es solo para el trial, no. Es para la vida. Gran verdad, Amigo mío...

Aquellos que me conocéis bien sabéis que hay una frase sacada de una película que refleja uno de mis planteamientos vitales. Cuando en Blade Runner el replicante Roy se da cuenta de que nada va a poder evitar su muerte, dice: “he visto cosas que vosotros no creeríais (…) todas esas cosas se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Mi planteamiento en esta vida es recopilar tantos de esos instantes como me sea posible, aunque algún día cuando yo pase a otra dimensión, se disuelvan en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Sin embargo, esta vez hay algunas pequeñas anécdotas de estos dos días que tal vez merezcan no permanecer en mi humilde saquito de experiencias, porque salvo una de ellas, las demás no son estrictamente personales, son cosas de las que yo me considero testigo, tal vez más que partícipe, y que dicen mucho sobre sus otros protagonistas, tanto, que tal vez merezca la pena que sean compartidas.

Instantes mágicos:

Primer instante: El viernes antes del curso se celebró una pequeña cena-homenaje a Mick y Jill, en la que el ayuntamiento de Collado Mediano y el Motoclub TrialMadrid les hicimos entrega de una placa conmemorativa en honor a su dedicación al trial. Por supuesto la conversación fue memorable, Mick y Jill son una enciclopedia andante de los últimos 40 años. No solo del trial, han viajado mucho, han conocido a gente súper interesante, y lo han hecho siempre con la mente abierta, admirando lo mejor de cada cual, impregnándose de la riqueza de espíritu que da mezclarte con otras culturas sin dejar de ser tu mismo y de ser fiel a tus orígenes (la mejor prueba de ello es que, a pesar de haber viajado por absolutamente todo el mundo, su “base de operaciones” sigue siento su pueblo, donde crecieron, se conocieron y se instalaron) . Pues bien, en un momento de la conversación le pregunté si lo de no ganar los cuartos scottish consecutivos en el 73 con la Yamaha (después de haber dejado Ossa) debido a la lesión de hombro que casi le retiró de las competiciones le había fastidiado mucho. La contestación fue espectacular, mientras sonreía y miraba un poco al infinito, como recordando:

-bueno, eso no fue exactamente así. Yo ya estaba razonablemente recuperado, lo que me pasó es que el último día, cuando iba líder, se rajó la culata (de magnesio) que habíamos estrenado en la Yamaha justo para los scottish, no tenía reparación posible y me quedé casi sin compresión, por lo que me tuve que limitar a intentar acabar la carrera. Lo importante no es que perdiese mi oportunidad de ganar los scottish. Si los hubiese ganado tal vez me hubiera dado por satisfecho y no hubiera hecho más, lo importante es que me dio tanta rabia que eso me dio fuerzas y motivación para seguir y ganar dos veces más. Es lo que pasa con la vida, lo importante es adaptarte a las circunstancias. Hoy, viniendo con el coche desde Gran Bretaña Jill y yo nos hemos perdido y hemos estado una hora dando vueltas hasta encontrar el camino correcto. Sin embargo, cuando hemos vuelto a la autopista nos hemos encontrado un accidente tremendo en el que había implicados varios camiones y muchos heridos. Tal vez, solo tal vez, de no habernos perdido, hubiéramos estado cerca del accidente. Por eso no hay que quejarse, cuando las cosas se tuercen, hay que retomarlas desde donde estén y no darle muchas vueltas a “si hubiera…”.

Impresionante, ¿a que si? ¿Aplicable al trial?, por supuesto. ¿Cuantas veces hemos renegado por un pie tonto, una flecha saltada, una moto que no va… ? El remedio: seguir, no ha pasado nada, queda mucha carrera, aunque sea la penúltima zona. Y si es la última zona, entonces quedan muchas mas carreras. ¿Aplicable a la vida? Por supuesto, como dice Julián, a mí también me gustaría que mis hijos hagan trial, este tipo de trial, para que aprendan esos “detalles” que marcan la personalidad y la forma se ser de los campeones, campeones de la vida…

Segundo instante mágico: domingo, cursillo de Mick. El Maestro nos marca una zona de cierto nivel a los que sabemos un poquillo más. El principio de la zona son un par de escalones y giros. Alguno de ellos bastante bestia. Pero al cabo de un par de pasadas casi todos llegamos a cero en la parte de los escalones. Sin embargo, la salida de la zona es un zig-zag en una especie de poza pequeñísima. Parece imposible, la moto prácticamente no entra recta, como para girar ahí dentro. Todos lo intentamos, pero es imposible. Incluso Mick se acaba acercando y poniendo en marcha la James para intentarlo. Es como un filtro, al cabo de cinco minutos solo quedan el y Toño intentándolo mano a mano. Son increíbles los dos, cada uno con la moto de su juventud, levantando la rueda para intentar un doble giro imposible. Todos guardamos silencio y miramos con atención. Al cabo de cuatro o cinco intentos, ambos llegan a la conclusión de que es simplemente imposible, pero (ambos) siguen una y otra vez. La sherpa ratea de caliente que está y la James tiene el embrague al rojo vivo, pero ninguno de los dos para. Dos pura sangre, mano a mano. Lo curioso es que Toño ha empezado ha hacer trial de verdad con casi 40 años, y que Mick tiene 63 y va con una moto de 1964, pero ambos son ganadores natos, no paran, una y otra vez a intentarlo. Al final es el sentido común el que los detiene, ambos paran y se miran con respeto. Es imposible hacerla con menos de un uno. Y todos aplaudimos. Sangre de campeón. Sangre indomable. El resultado: tablas, a veces las partidas, cuando ambos contrincantes son excepcionales, no tienen ganador. Y ese es el caso….

El tercer instante mágico para mí fue en el segundo día de Robregordo. Las cosas iban mejor que en el primero: gracias a la intervención de mis “Ángeles de la Guarda”, Víctor y Andrés de Vitale Máquinas, la Ossa volvía a ir como un reloj. La primera parte del día no había estado muy acertado, pero me las fui apañando para unir ceros en las zonas fáciles con treses en las (para mi) imposibles. Sin embargo al llegar a la zona del rio, hago el paso difícil del barro a cero, y a la salida del mismo me salto la chorrada de flecha (que he mirado cuatro veces…) y me casco un cinco de libro. Me dan ganas de gritar de rabia, si no fuese por el autocontrol que he desarrollado desde que era un enano y trataba de disimular los temblores de rabia que me entraban cuando perdía a algo, pillaría una piedra, machacaría el depósito y a tomar por saco!. Se que es difícil de entender, pero todo el “jodío” año entrenando para esta carrera, ayer se me fastidia la moto en la primera mitad, hoy segundo día voy muchísimo mejor en la primera parte del día que es la que menos favorece a mi moto porque es la más bestia, y ahora que venía la segunda parte que es la que mas me favorece y llego pegadito a ellos, voy la cago, joooooder. Acabo de pifiar la carrera. Hasta aquí iba pegado a mis amigos, con algún puntito de más, pero cerca. Sin embargo ellos han hecho cero en esta y yo un cinco, irrecuperable… Intento relajarme, por lo menos me lo estoy pasando en grande, que es a lo que vine, ¿no? Respiro profundo y digo, bueno, ya que hoy tampoco vas a poderles “meter mano” a los pre77, por lo menos a disfrutar de cada una de las zonas desde este mismo momento…

Dos zonas después llegamos a una de ellas que es una pedrera larga con un giro al inicio. Ayer hice un uno, me dejé el pie casi arriba, pero además hoy han modificado las flechas y a mitad de rampa de pedrera/canchal hay que desviarte como un metro a la derecha de la trayectoria recta. Dificilísimo. Justo cuando llegamos la esta pasando Vesterinen. Se deja un pie justo arriba aunque lo ha hecho por el lado contrario al juez y no tengo muy claro si se lo han visto. La miramos y remiramos los cuatro. Pasa Carlitos pero al desviarse se va muy a la derecha, no puede rectificar y se deja dos pies en el último momento, casi arriba. Da rabia porque está que se sale, y la verdad es que la Ossa de láminas va como un avión, la puede dejar casi muerta, y al abrir gas, que la moto siempre tira sin titubear ni un momento. Yo me planteo hacerlo un poco más deprisa, en la mía si pierdes la velocidad la has cagado. Tras el, Pedro hace lo propio, traza de maravilla, lleva una temporada que está dominando su tendencia a ir deprisa y eso le vuelve imparable, pero por la derecha es casi imposible, un uno al llegar arriba. Toño y yo seguimos mirándola. Toño dice que hay que intentarla por la izquierda, pegado a la roca, aunque con el riesgo de engancharte con ella. Le digo que no lo veo. Yo creo que por la derecha, pero solo es una opinión… Toño se va hacia la moto. Traza por la izquierda y aunque se agarra como un jabato se le engancha la estribera, le deja casi sin velocidad y empleando lo mejor de si mismo consigue salir del brete sin que la moto se le quede parada dejándose solo un pie para traccionar. Si llego a ser yo en vez de él, me dejo un cinco como una catedral. Me quedo mirando la roca. Toño me espera arriba. Noto una mano sobre mi hombro. Me giro: Mick Andrews. -Hi, Mick. -Hi! -Are You enjoying? -Of course!! Me quedo pensando, a eso hemos venido, ¿no?, a pasarlo bien. Bueno, pues nada de amarrar, si hay algún momento para intentar lo imposible es ahora, delante del Maestro… unos metros más allá esta Carles Casas, trialero13, otro impresionante maestro en esto del trial y una referencia de estilo y elegancia dentro y fuera de la moto a través de los años. Estoy un poco nervioso, pero como poseído. No hay más vueltas que darle, si se puede hacer, si yo lo puedo hacer, lo haré ahora. Me voy a por la Ossa. La pongo en marcha, respiro, respiro. Respiro. Miro hacia arriba, a la salida Toño me espera y debe captar mi tensión porque cuando se da cuenta de que le observo mientras intento poner la mente en blanco me hace la señal del pulgar para arriba para animarme y que perciba que está conmigo. Respiro una vez más, noto los latidos del corazón en el casco, respiro hondo. Ahora se lo que sienten los toros cuando escarban antes de arrancarse. Se que mi ossita me va a obedecer, es mi niña: si es verdad como dice Toño que hay duende en estos viejos cacharros, ese pequeño cabronazo va a salir ahora y me va a disparar hacia arriba en esta jodida pedrera. Sigo sintiendo los latidos de mi corazón contra el casco. La moto petardea mientras le doy suaves acelerones. Le susurro bajito al oído, como si fuese un caballo: ¿no eres una macandrius? Pues este es tu momento, bonita, suelta lo que tienes dentro… Vuelvo a tratar de dejar la mente en blanco. Solo veo el paso donde tengo que desviarme a la derecha y evitar soltar el pie. Me lo repito una otra vez: no pienses, no pienses, solo déjate llevar, pega los pies a la moto, traza por donde has decidido y aguanta. Respiro hondo, ya no oigo los latidos, solo oigo la moto, pero es que ya no es la moto, soy yo, el acelerador es mi corazón, las estriberas y mis pies son solo uno. Suelto el embrague, entro en la zona, ahí esta Mick, junto al giro, puro trámite, el instante decisivo viene justo detrás, enfilo, abro el gas a tope suavemente y me agarro al manillar, por la derecha, fuerte, la rueda trasera se engancha a una roca y se medio atasca, mierda, la moto se queda casi parada y se inclina: voy a poner un pie. Pero no. El pie no se suelta, sigue en su sitio, y el enano caprichoso del duende empuja como si de ello dependiese el fin del mundo, la rueda sale del agujero, la moto se endereza y yo continuo aferrado a mi manillar prácticamente en la trazada que me había planteado. Los últimos metros de la zona ni los siento, mi visión es como a través de un tubo, solo veo a Toño al fondo del mismo gritándome y dándome ánimos. Salgo de la zona a cero dando gritos, Toño aplaude y me abraza, o no, pero a mi me lo parece, creo que nunca me he sentido tan unido a él como en este instante, no oigo nada, debe ser la adrenalina, no me lo puedo creer, un cero… Miro para atrás, el Maestro sigue en el giro donde le he dejado, me sonríe y el también me hace la señal del pulgar hacia arriba. Como no es bultaquista entiendo que lo que quiere decir es que así es como hay que tratar al duende de la vida: con fe. Es cierto, con fe y una máquina como esta, hasta un torpe como yo puede superar sus propios límites. Estoy seguro de que esto yo no lo hubiera subido a cero en ningún otro momento ni con ninguna otra moto, ni siquiera con una moderna. En aviación lo llamábamos “push the envelope”. Algo así como “mover los límites”. Hace unos días leí algo que me encantó en una entrevista al Vesterinen de los buenos tiempos: “tener fe es hacer retroceder los límites de lo posible”. Esta enseñanza también vale para tantas cosas…

Y además, hay algo que a cada según pasa el tiempo no hace más que confirmarse, esta es mi moto, es posible que monte en otras, es posible que tenga más, que corra con otras, pero esta, para siempre será la mía. La moto con la que yo he redescubierto el trial y, de algún modo, estoy redescubriendo una parte de mi mismo. Ella y yo sabemos las cosas que hemos hecho juntos, nimiedades comparadas con lo que hacen los buenos, pero hay experiencias que unen, y lo de mover los límites juntos, es para siempre…

Cuarto instante mágico. Segundo día de Robregordo, me he retrasado un poco para no forzar la moto en la subida larga a media mañana, voy solo por el interzona, hemos pasado unos barrizales del carajo, una zona de piedras que se las traía, unas subidas de quitar el hipo, casi como un pequeño Paris Dakar para nuestras clásicas. El premio es que después de tanto sufrimiento para hombres y máquinas, ahora estamos en la parte más alta del recorrido, bordeando la parte alta de Somosierra por un camino forestal casi borrado por la vegetación. Encima de nuestras cabezas un par de milanos hacen círculos majestuosamente. No hace frio, pero han caido unas gotas y huele a jara, a piedra mojada y a sierra de Madrid, ese olor tan familiar y entrañable para mi. Voy mirando a lo lejos, intentando disfrutar del idílico paisaje, pero al mismo tiempo sin quitar la visión periférica de un metro por delante de la rueda por si los agujeros. Y de repente, allí lo veo, unos doscientos metros por delante. Es Juan, LALLOREA, va despacito, pero ha llegado hasta arriba. Es absolutamente increíble. Recorre unos cincuenta metros de pie sobre las estriberas y otro tanto sentado. Y luego de nuevo de pie. Y sentado. Me acerco despacio a él, para no sobresaltarle y me pongo paralelo. Como diría mi hijo: flipo. Lleva una sonrisa tan ancha como el manillar renthal. Es el vivo ejemplo rodante de la frase del párrafo anterior sobre la fe y retroceder los límites de lo posible. Una vez paralelos y a la misma velocidad, le miro y sonrío.

-¿Qué tal? -Muy bien -¿Te está gustando, Juan? -Me está encantando… No hay más que ver el brillo de sus ojos, no cabe duda…

Le digo que se pare un momento para poder hacerle una foto, arrancamos y seguimos. Le desborda la felicidad. Esto es el trial. Voluntad, sentido común y buen humor. Todos ellos a la medida de cada uno. Un lujo….

Un poquito más allá me despido tras preguntarle que si necesita algo, acelero un poco y me alejo. Le voy dejando detrás. Justo cuando acabo de perderle de vista se acaba el camino fácil y llego a la siguiente bajada, unas eses brutales en pendiente donde los tambores a duras penas evitan que salgas disparado barranco abajo. Me planteo si pararme a esperarle. Mejor no. Lo está haciendo a su manera, su camino. Me digo a mi mismo que sobrevivirá, y lo hará él solito. Llego a la zona siguiente, pasan cinco o seis minutos, y mientras echo un ojo a la trazada le veo aparecer en la zona por la parte de arriba del camino. Viene sonriendo, despacito en segunda, sentado en su bultaco. Diría yo que la sherpa no solo no está sucia a pesar del barro y de la paliza que lleva encima sino que brilla más que nunca antes con su flamante dueño sobre su grupa. Por supuesto que han superado la bajada sin daños, ¿acaso a alguien le cabía alguna duda?

Quinto instante mágico. Segundo día de Robregordo, ultima hora de la mañana. Estamos haciendo la parte final del recorrido, nos deben quedar cuatro o cinco zonas y estamos por la parte del viaducto. El interzona es un sendero estrechísimo lleno de pasos angostos, junto al río y en un punto donde la vegetación es realmente frondosa. Hace sol y debe haber unos 23 o 24 grados. Vamos los cuatro juntos, en primera (imposible ir más deprisa), cuando en mitad de un rellano aparece un escalón cortado de un metro y pico. Alguien ha colocado una piedra grande a modo de rampa por la parte izquierda, aún así el paso se las trae. Pasa Pedro el primero, lo sube con un golpe de gas por el sitio más difícil, sin tocar la piedra/rampa. Detrás viene Carlitos, como duda y no lo ve claro, Pedro deja su moto apoyada y se pone para ayudarle si no llega arriba. Se decide y lo intenta por la roca, pero no está bien fija, se mueve y se queda enganchado. Pedro agarra la horquilla y le sube hasta arriba. Toño mientras lo intenta por la derecha, casi imposible. Se queda atascado y Pedro (como siempre que alguno nos quedamos colgados…) aparece raudo a tirar de la rueda delantera. Entretanto y, como Carlitos ha dejado libre la zona de la rampa, yo subo por ahí. Cuando corono, casi a la vez que Toño, paro el motor. Estamos en lo alto de una especie de meseta, de roca plana al lado del rio. Los motores se han parado. No se oye nada, solo las cigarras, los pájaros. Delante nuestro dos mariposas enormes vuelan en paralelo, apareandose. Son preciosas, una amarilla y otra blanca. Se ve toda la parte superior del río, la vegetación está realmente preciosa. La escena es absolutamente maravillosa, el campo en plena explosión primaveral. Nos quedamos los cuatro callados. Nadie dice nada, se ha parado el tiempo. Supongo que a todos nos pasa lo mismo, en este momento cada instante es una delicia. Un poco después se oye a lo lejos el tenue sonido de otro motor acercandose a la rampa y nos damos cuenta de que como llegue no va a poder subir porque tenemos ocupada toda la meseta. Alguien dice ¿habrá que arrancar, no?. Ponemos en marcha y continuamos. Que bonito….

Sexto instante mágico. Zona 17 del segundo día. Acabamos de cascarnos un cerazo en la zona 16, llena de pozas de agua. Voy como un misil, imparable. Después del cinco por saltarme la flecha en la zona del río he empezado a hilar cero tras cero, tanto en las zonas fáciles como en las difíciles y voy eufórico. No se cuantos ceros consecutivos llevo, pero más que nunca. Y esto es Robregordo… La zona 17 se las trae. Un giro de tierra con una doble subida. Mick nos ha alcanzado dos zonas antes y está haciendo el recorrido a la vez que nosotros. Carlitos pasa el primero: un tres. Detrás de él va Pedro, otro. Mick va detrás, va a hacer lo imposible, enfila el giro, sale, da gas y en vez de acelerar, el pequeño motor de la James ronca y suena como si se hubiera tragado una buchada de agua, tose y flaquea. La moto casi se para, está en el peor sitio de todos. Por un instante el cinco (e incluso el leñazo) parece inevitable, pero Mick se agarra al manillar, flexiona las piernas y tira hacia arriba de la moto. No es la moto quien le sube, es él quien está haciendo que la moto suba el escalón, en esos breves instantes, la buchada de agua pasa, y el pequeño motor Villiers agarra con toda la furia que sus casi cincuenta años le permiten. Imposible que traccione ahí. Una vez más el maestro nos muestra porque el apodo de “magical Mick”. Todo el peso atrás, un pie al lateral para evitar que se detenga el movimiento de la moto y ayudar a que la rueda encuentre tracción, y de nuevo en marcha. Llega al final de la zona con un solo pie. Ha transformado un potencial cinco en un uno increíble. Como nos contaba en el curso, no hay que pensar en el pie que te has dejado, sino en los cuatro que te has ahorrado. Está serio, (luego nos enteramos de que es el único pie que se ha dejado en todo el día, una vez mas, increíble…) pero no enfadado. Le preguntamos y dice que cree que hay algo de agua en el carburador de la zona anterior. Tras él entro yo. Es la oportunidad de mi vida. Lo veo clarísimo, esto es un potencial cero. Entro en el giro tan concentrado en la subida que viene detrás que calculo mal y el sitio más tonto una estribera toca en un pedrusco enorme, casi volcando, dejándome pie e incluso rodilla en el suelo. Cabe la duda de si ha tocado el manillar en el suelo. Le voy gritando al juez que no ha tocado (por si las moscas), enfilo la subida gas a fondo por la derecha y acabo la zona con un dos. Miro al juez. Cinco. Es Sibis, que me consta que es piloto, y le digo: yo creo que el manillar no ha tocado. Me contesta: yo creo que si. Pues aunque me fastidie, no hay más que hablar. Pasa Toño, que también se deja un uno, pero casi consigue lo que hubiera sido un cero histórico. Arrancamos. No dejo de pensarlo, tengo un mosqueo conmigo mismo que me lo piso: si me hubiera tirado a asegurar el uno, me hubiera ahorrado el cinco. Pero, que caramba, no me juego nada importante, no vivo de esto, si llego a marcarme el cero en una zona en la que Mick hizo un uno lo hubiera guardado como uno de los momentos más memorables de mi vida trialera. Poco a poco se me va pasando el mosqueo. Unos metros más allá nos encontramos a Mick parado. Ha subido la rueda delantera de la James a una roca de un metro y pico de alto y está acelerando en vacío con la moto así inclinada, asegurándose de que el carburador se traga hasta la última gota de agua que pueda quedar en la cuba. Pues no sabe nada el pájaro… eso si, sonriente, como siempre, no faltaba más. Arranca detrás nuestro, va justo por detrás de mí. Al vadear un río le dejo que me adelante, por si acaso le estoy frenando. Unos metros más allá comienza una subida por un camino forestal ancho, larga (como un par de kilómetros) y llena de curvas amplias. Vamos en tercera. Diez metros delante de mi, Mick levanta la rueda delantera y comienza un caballito interminable moviendo el cuerpo adelante y detrás para equilibrar el peso y mantener la rueda arriba con el gas abierto casi a fondo. Al mismo tiempo mueve el peso a los lados sobre las estriberas y va dando los giros del camino sobre una sola rueda. Esta claro, sigue haciendo lo mismo que en la roca, garantizándose que el carburador se ha tragado el poco agua que pueda quedar. Pero lo mejor es que de cuando en cuando se gira para de reojillo asegurarse de que seguimos detrás y solo hay que ver su mirada para percibir que está disfrutando como un jabalí en una poza de barro. A sus sesenta y tres años, después de dos días subido en la moto, cuando a los demás no nos quedan casi ni fuerzas para parpadear, él sigue disfrutando de cada instante, de cada detalle de la moto, como si fuese un chaval emocionado dando un paseo en su primer ciclomotor. Aprovechando la adversidad del agua en el carburador para marcarse un caballito de quinceañero a la puerta de una discoteca. Eso es lo que se llama hacer de la necesidad virtud. Al acabar la cuesta llegamos a la siguiente zona. Aparco en un árbol junto a Carlitos y le digo: viendo a Mick se me acaba de pasar lo poco de cabreo que me quedase. Por supuesto!, me contesta…

Septimo instante mágico. Acabamos de pasar última zona del segundo día. Volvemos los cuatro juntos por el último tramo del interzona. Felices, a todo lo que dan las motos, enlazando un montón de curvas peraltadas en un sendero en el que caben con dificultad los manillares de las motos. Vamos bien deprisa, cada uno a un par de metros del anterior y encima con los tambores mojados. En algunos momentos pienso que como nos encontremos a alguien más lento en el camino lo que vamos a hacer es un montoncillo de motos y huesos rotos. Pero se que no va a pasar, vamos tan felices que si aparece algún obstáculo sacaremos las alas y lo pasaremos los cuatro juntos volando… Delante va Toño, la sherpa hila como si fuese sobre raíles, detrás, Carlitos a su estela, haciendo bramar al poderoso motor de la MAR de láminas. Por instantes me giro y veo a Pedro pegadito a mi espalda, haciendo gala de su pasado endurero, permitiendo que sea la moto quien “baile” las curvas peraltadas mientras su cuerpo marca la trayectoria. Una vez más, y van cientos de ellas en unos cuantos días, me siento el rey del mundo. Con MIS Amigos, sobre MI moto, en mitad del campo, cansado pero feliz. Supongo que si ahora le pusiese una canción de Moby como fondo, algo así como “dream about me”, este sería el video musical que me gustaría ver todos los días de mi vida cuando estoy agotado, o cuando me empiezan a faltar las energías. Y así será, es posible que no suene, pero yo la oigo, y este video lo guardaré en el rincón mas seguro de mi corazón, merece la pena.

Y hasta aquí mi personal relato de una pequeña parte de lo que han supuesto estos bonitos días del mes de Mayo de 2007. No puedo dejar de lamentar no poder estar en todas partes al mismo tiempo para poder haber hecho el recorrido de Robregordo con mis amigos Pepe, Julián y José Luís Quer, ellos también han vivido sus entrañables momentos de disfrute, pero me queda el placer de leer sus crónicas y disfrutar como si hubiera ido con ellos, porque, de corazón, estaba allí también. También me encantó hacer parte del recorrido con nuestros amigos Pim Terricabras, Bonaigua y Toni Buixadé, grandes trialeros, pero aún mejor personas. Un lujo. Mis saludos y reconocimiento a todos los implicados en la organización de Robregordo, y a todos aquellos que se esfuerzan cada año en acabar una carrera que para nuestras clásicas es un autentico raid, plagado de dificultades, pero también de satisfacciones. No se me olvidará toda la gente que he visto desmontando las motos prácticamente enteras a la salida de las zonas de agua para sacar el agua de las entrañas de sus amadas monturas y así poder acabar la carrera. Eso es afición y constancia. Impresionante.

A todos, muchas gracias. Si tuviera que resumirlo, utilizaría una expresión en ingles: “life worths” o su traducción al castellano, mucho mas larga y menos poética, pero igualmente válida: “la vida merece ser vivida”. Ya lo creo que si. Un abrazo

chemix

Montevideo 25 de mayo de 2007